viernes, 11 de julio de 2014

El asqueroso acto de besar.

Un beso es algo muy asqueroso. Si lo piensas, juntas tus labios (los mismos que juntas con un cigarro, con las mejillas llenas de grasa de alguien más, los que juntas con la comida) con los de otra persona, que sabe Dios donde han estado. Compartes saliva y enzimas disolventes con las de alguien más y ese es el punto: te disuelven. Ahí entra la magia del sistema límbico, en que en ese movimiento extraño de cabezas, otras cosas reaccionan en cadena como tus brazos que me toman de la cintura y me haces esas caricias chistosas en los hombros como si no quisieras que me fuera nunca y se siente tan bien que olvidas por un momento lo asqueroso que es, y cierras bien fuerte los ojos esperando que nunca termine y a veces de hecho no termina y tu estómago atiende una revolución y ya valiste madres. Por otro lado, están esos besos pasionales en los que de tanto en tanto te sueltan los labios para decirte en el oído lo mucho que te gusta besarme el cuello y más allá. Están también esos besos confundidos en los que de repente te detienes y agachas la mirada porque somos prohibidos, y me dices que me necesitas y yo me rio, pero te digo que te creo y tu me crees y ya con eso basta. 
Los besos son el factor que pone a mi corazón como común denominador y lamentablemente en esa ecuación no sé restar, pues no sé perder, pero claro que sé dividir y sobre todo multiplicar. Multiplicar por cien cada beso para que este verano del 2014 se siga tatuando en mi memoria como hasta hoy. Por que sentirme viva es una receta que me costó mucho trabajo encontrar dentro de mí, y tuve que matar demonios y miedos y chingadera y media para poder disfrutar de la melancolía, de la soledad y de recorrerme sin asustarme, para poder viajar en alguien más contemplando con asombro las maravillas que viven dentro de tí. Para sorprenderme eufórica abrazando a mis amigos mientras cantamos y sonreímos y las carcajadas se escapan y quiero que todas las noches sean como hasta hoy, llegando a mi cama a sonreír antes de dormir. Y que cuando no, que cuando las lágrimas empapen la almohada sepa reconocer que es parte de la vida y que ni que no lo hiciera ya, cuando la pinche existencia se pone perra y no queda más que encarar y ahí en el suelo también saber decir "gracias". Tal vez no sé pensar en quien no me piensa, pero te pienso fuerte. Tal vez no sé querer a quien no me quiere, pero te quiero mucho. 

En conclusión, no me quiero dejar de enamorar al mismo tiempo que respiro y quiero ser más alta que los cerros para no dejar que nada me tire mientras toco el cielo con los dedos que acarician tu cabello mientras ejecutamos el asqueroso acto de besar. 

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