martes, 7 de octubre de 2014

La otra noche soñé contigo.

Me veo caminando, llegando a unos departamentos ubicados en el centro. Subo muchas escaleras, al llegar, entro a través de una puerta de madera y el departamento tiene un pequeño balcón. Me siento contenta sin razón aparente y me asomo a la calle. Miro a la gente pasar, pero me concentro en el balcón de al lado, a través de la ventana, puedo ver el departamento contiguo. Es precioso. Y no en el concepto típico de "preciosura". Es más bien modesto. Recuerdo mucho una alacenita verde que tiene trastes muy al estilo de los buenos años, los de antes, y un ventilador de escritorio color azul con blanco. Las paredes son de un tapizado color melón a cuadros que simpatiza muy bien con el resto del lugar y todo parece bajo un filtro de fotografías con muy poca saturación y muchos colores amarillos. Fascinada como estoy, te sorprendo a mi lado, sin embargo, en mi sueño no te había visto nunca antes en mi vida. Me preguntas que miraba y te cuento lo feliz que me ha puesto ese departamento, tomas mi mano y me dices que tú vives ahí, y me llevas a conocerlo. Despierto.

Tal vez es ridículo y yo no puedo vivir sin darle importancia a lo que no la tiene, pero para mí ese sueño significó mucho. Significó un resumen de lo que somos ahora, de lo que no sabíamos que seríamos antes y de todo lo incierto que es lo que seremos mañana. De lo chingón que es algo tan banal como que a alguien le gusten las mismas cosas absurdas que a tí y a su vez comparta contigo todas las ambiciones que es natural tener siendo tan jóvenes. Después de haber viajado mucho a los terrenos donde se te hinchan los ojos de tanto llorar, a los encierros donde te duelen las uñas de tanto arañar para intentar salir, de pisar los bordes de los precipicios y enamorarte de los vértigos que vienen con cada corriente de aire, te encuentras de pronto en una paz infinita y sabrosa. Es más bien como un pedazo de tu vida que sabe a pizza y a cerveza como la cena que tuvimos hace algunos meses. Y siendo yo quien no puede existir sin cohabitar con el drama, algo de drama le tenía que encontrar a esto, y es que esto es más grande que yo. Es como si toda tu vida te hubieran obligado a darte un putazo por cada beso, a una cruda horrible después de cada peda, a una gripa del carajo después de bailar bajo la lluvia, y contigo no hay nada de eso. Contigo todo son domingos con clima bonito, contigo todo es esa sensación de encontrarte $100 en un pantalón, contigo todo es como un rompecabezas que se arma solo y caricias que yo ya no sé donde poner. Me resulta abrumador y -para variar- me llena de miedo a perder esto. Pero hasta este miedo sabe rico, es ese miedo antes de lanzarte a la pendiente de la montaña rusa, ese miedo antes de salir a triunfar en un escenario, ese sudor de manos antes de que hagas el mejor papel de tu vida en una exposición. Eres mi color favorito, eres la película que quiero ver hasta el final aunque ya sepa que voy a llorar, eres mi expectativa negativa que más he disfrutado. A veces incluso me pregunto si todas esas veces que yo le gritaba a las piedras tu estabas por ahí escuchando, porque has sabido que puertas tocar en mí y las llaves correctas para hacerme caer así. Porque de todas las formas que hay en este mundo para autodestruirse yo sigo eligiendo enamorarme valiéndome madres lo mucho que vaya a vomitar mañana, lo tan sola que me pueda sentir después viendo Netflix y comiendo palomitas. Por lo mientras voy a ejercer este deporte extremo y al menos por hoy te voy a hacer parte de todas las pendejadas que implican ser yo. Mis sueños, mis complejos, mis miedos, mis risas, mis dulces, mis juegos, y entonces estos días no serán tuyos ni míos, sino nuestros, porque eras un mejor amigo en un día soleado, una notificación en el xbox, whatsapp -y todas esas cosas del ahora que no suenan tan bonitas- pero después de que me mostraste lo bonito que sabes querer, no veo porque no intentarlo también yo.

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