sábado, 10 de enero de 2015

Clausuras temporales

En algunos eventos que requieren de poderosas recargas de adrenalina -tales como fiestas, peleas, tales como hacer el amor- nos damos en la madre, pero no nos damos cuenta. No es hasta el siguiente día en el que nos duelen los músculos, nos pesa el cuerpo, nos aparecen cicatrices y manchas púrpuras que nos recuerdan que nada en esta vida es gratis y que hasta a veces pagas con dolor. 
Bien, esa es mi vida ahora. Desde unos meses atrás, comencé a vivir mi vida en modo ráfaga y no vi venir todas las experiencias que llegaban a ella. Me tragué lágrimas, sonrisas, gritos, frustración, miedos, carcajadas, besos, promesas, dolor y alegría, y mi alma se indigestó de una manera asquerosa que si la pudieses ver, encontrarías una masa gélida que quiero vomitar y que no he podido. He querido escribir y he abierto y cerrado el procesador de textos tantas veces como parpadeas en un día. Es un pinche nudo que me ahoga y que me detiene y me estoy volviendo loca por avanzar. Al principio, cuando esta bomba de sentimientos era consumida, supo perfecta. Supo a la vida. Supo a noches largas, a días soleados, supo a lo mucho que me gusta despertar y saber que ese va a ser un día azul. De la puta nada comenzó a aplastarme, comenzó a enfermarme, a intoxicarme, me hundió en días grises y causó alucinaciones. Me hizo creer que podía encontrar la felicidad en el mismo lugar en el que la perdí. No le voy a perdonar nunca que me incapacitó para escribir, y digo escribir separándolo de lo que conocemos todos como escribir. Porque expulsar mis delirios en letras me vacia, me cura, me renueva y me deja dormir, pero las últimas veces que traté, quedé debiéndole muchos sueños a la noche, y cuando le pude pagar se desquitó y me regaló pesadillas. 
Ya me consideraba en paz con este juego de perder y ganar, ya la abría la puerta de par en par a la soledad y habíamos conectado sin estorbarnos, sin chocar, pero algo pasó y la hice enojar y maulla cada noche, me rasguña, me tumba, me amarra a mi almohada y me seca las lágrimas, y sabiendo lo mucho que detesto las expectativas, me alimenta de ellas, nada más para estrellarme en la realidad. No me lo explico, mi realidad es buena, me encontraba tan bien, tan enamorada de abrir los ojos, de tropezar, de caer, de levantarme, de el humo de mis cigarros, de las consecuencias de mis actos, y de la nada me empiezan a faltar piezas. De la nada, mis emociones se enfermaron. Pero ¡ah! como me gusta escribir por esto. Tal vez encontré la solución. Sólo tal vez, si me encierro con esta soledad que se ha salido de control, si le cuento mis miedos, si la abrazo como antes, si la reconquisto y la calmo, si le recuerdo su lugar en mi vida, entonces ambas nos curemos. Este tipo de batallas solo pueden ser peleadas por mi, pero la cabrona vida me ha hecho cinta negra. Tal vez este tiempo he mantenido cerca a mis amigos, a mis salvavidas, a esos abrazos eternos, a mis obsesiones, y debo probar abrirles la puerta y dejarlos salir, solo por un momento, el tiempo que tengamos que pelear. Me siento feliz porque he elegido gente paciente que sabe esperar, que no juzga, que no hace este dolor más grande (porque mis contradicciones dictan que soy feliz, con momentos de infinita tristeza). Y me da miedo mirarla a los ojos, me da miedo perderme en ella. Me da miedo que no la entienda ni ella a mi, y me seque de tanto llorar. Me preocupa que se me terminen los cigarros ¿Y si la venzo? ¿Qué sigue?. ¿Y si luego ya no sé abrir la puerta? ¿Y si cuando salga ya no hay nadie?. No sé, pero me voy a arriesgar. Voy a vaciarme toda para hacer espacio al futuro, porque mi genética me dio mucha hambre de experiencias, pero también una consciencia inestable que se tiene que arreglar escribiendo de como me voy a agarrar a putazos con la soledad.

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